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LA MALDITA POLICIA. - El momento más temido. Enfrentalo.

Los que habitualmente paseamos por acá, por este blog, también lo hacemos por los lugares que dejamos acá descriptos. Once, Humberto I,...



Los que habitualmente paseamos por acá, por este blog, también lo hacemos por los lugares que dejamos acá descriptos.


Once, Humberto I, Venezuela, Carabobo, Falabella, Mc Donalds. ¿Quien no temió algún día que la cosa se pudriera y que el momento de placer se transformara en pesadilla?


La verdad es que hace años que esos lugares me otorgan la adrenalina del goce, que lleva al impulso frenético de la promiscuidad (mal o bien entendida, con o sin forro, como uno la elija) pero que atrapa. Que te lleva a dos, tres, o cuatro mamadas, a ser chupado, en un día en distintos momentos, y te obliga a volver, como una adicción incontrolable, que necesita ser saciada.

Ayer sucedió. En plena tirada de goma, mientras tenia arrodillado uno de los tantos anónimos pasajeros de esos viajes de placer, sigilosamente, en puntitas de pie, de manera muy maricona (eso, si, los putos somos siempre nosotros), entró un cana.

Más de una vez había zafado. Más de una vez, alguno entraba y yo salía, o se asomaba y yo estaba solo o con acompañantes prudentes e histéricamente inmóviles. Pero esta vez, ese momento que por años no había pasado, sucedió.

A los gritos de que le diéramos los documentos, y tras las amenazas de que nos llevaría a la comisaría, bloqueo la puerta del baño. Pesaba el doble que yo y bloqueaba con su masa de carne podrida en odio y resentimiento, toda la entrada.

Mi ocasional acompañante empezó a rogar, saco un billete de cien mangos y le prometía que no iba a volver más. Le decía que no tenía documentos. Realmente en un acto de inconsciencia, lejos de acatar órdenes (para eso padecí a mi viejo muchos años) le grite en la cara que no le iba a dar ningún documento y que no iba a ir a ningún lado a donde no quisiera ir, que no tenía ninguna razón ni prueba para hacerlo.

Me volvió a amenazar con esposarme, me empujo brutalmente adentro de un reservado. Le devolví con toda mi fuerza la embestida para desbloquear la entrada. Me cuerpeó más fuerte, rebote contra el pobre pibe de un cabezazo, mientras le seguía lloriqueando y se hincaba de rodillas, esta vez no para chupar pija, sino en situación de ruego. El odio me encegueció. Siempre los odié. Pero porque son inmorales,(ellos, no nosotros) asesinos y corruptos. Es cierto, yo estaba en un lugar público realizando actos privados. Es verdad, la escena puede molestar a quien no disfrute de eso.

Lo que no voy a permitir porque tengo los mismos huevos para que me chupen la pija en un baño o arrodillarme a chuparla, es la prepotencia y los golpes, por eso lo enfrenté. Pude leer su cara de miedo y odio, cuando lejos de mostrarme sumiso, le hacía frente y lo desafiaba.



Arremetí con toda mi fuerza contra la salida. Volvió a empujarme violentamente contra la pared y me jodió la rodilla de una patada.

Clave mi peor mirada de odio y volví a embestirlo,

No me pregunten como de repente me vi liberado, fuera del baño, traspasando los molinetes, escaleras arriba y arrancando el auto.

Doble bruscamente y tambaleé un poco, hasta que el impulso me hizo poner segunda, tercera y avanzar con velocidad.

Mi única preocupación es que habrá sido del pobre pibe que quedo adentro.

Todavía me dura el odio. El malestar y la bronca. Seguramente demoraré un tiempo en volver ahí. Iré a otros lugares.

Es más esa misma tarde terminé pajeandome con un tipo en el Mac Donald de Córdoba y Callao, pero solo del odio y la calentura de no haberlo podido cagar a trompadas, por abusar de una investidura, que no merecía llevar.

Es cierto. Pueden entrar menores al baño cuando estamos en plena joda.Jamás me lo perdonaría. Es más nunca entran silenciosamente y a hurtadillas los pibes a los baños públicos, siempre lo hacen con algarabía, y jamás me exhibiría frente a quien no quiere o no debe participar de lo que no puede, por la razón que fuere.

Pero, como el escorpión, está en mi esencia, y como él, aunque muera al aguijonear, no voy a dejar de hacerlo.

Cómo escuche en una película del cine argentino, en boca de un personaje que quizás alguien me ayude a recordar: En este país, todavía hay que ser muy macho… para ser puto.

Voy a volver. Juro que voy a volver.

Lisandro Torres