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Confesiones de un ex seminarista

En el seminario ni siquiera me masturbaba. En un año lo hice sólo dos veces. Después, cuando se acercaba el momento de tomar votos de cas...

En el seminario ni siquiera me masturbaba. En un año lo hice sólo dos veces.
Después, cuando se acercaba el momento de tomar votos de castidad, pobreza y obediencia,
empecé a pensar: ¿cuánto tiempo voy a poder controlar mi instinto?
 

Es argentino, tiene 29 años, hace 14 que está en pareja y estuvo dos años en el seminario.

—¿Cuándo sentiste que tenías la vocación para ser cura?

—Tuve una familia católica, muy practicante. Al promediar el secundario sentí un llamado que me decía que lo mío iba por el lado del sacerdocio.
—¿Ya sabías que eras gay?


—Aún, a sabiendas de que tenía una cierta orientación gay, no definida del todo, me gustaban los hombres pero también tenía novias... me tiraba la Iglesia. Incluso había tenido algo con algún chico, aunque no fue una relación con penetración, fueron juegos: pajas y sexo oral. Cuando terminé 5o año inicié los trámites para ingresar al seminario. Estuve dos años en el seminario de la Congregación Salesiana. En esos dos años hice un discernimiento más profundo de mi vocación, en paralelo con el estudio de la filosofía.
—¿Cómo te imaginabas el seminario relacionado con tu sexualidad?


—Resultó tal cual como yo me lo imaginaba, pero con los ritmos mucho más marcados. No tuve problemas con la sexualidad, porque pensé que la fe me iba a poder llenar el vacío que iba a dejar con la sexualidad. En el seminario ni siquiera me masturbaba. En un año lo hice sólo dos veces. Después, cuando se acercaba el momento de tomar votos de castidad, pobreza y obediencia, empecé a pensar: ¿cuánto tiempo voy a poder controlar mi instinto? Cuando tuve que hacer la petición para los votos, me pareció muy hipócrita de mi parte obtener algo que no sabía si me merecía realmente. Mi visión no era humana, sino de fe, porque si hubiese pensado como hombre, me hubiese dicho: me garcho a todo el mundo y me chupa un huevo todo. Opté por tomarme un año fuera del seminario, pese a las indicaciones contrarias de mis superiores.
—¿A ellos les blanqueaste el tema de su homosexualidad?
—Jamás, porque yo tampoco lo tenía claro. En ese año que me tomé, volví a la vida mundana. A los cuatro meses de estar afuera retomé una relación con una chica con la que había salido tres años y debutado juntos. En paralelo conocí a un chico con el que al principio fuimos amigos, y después terminamos garchando. A partir de ese momento comencé una vida de dualidad sexual.
—¿En el seminario tuviste alguna insinuación sexual por parte de los curas o compañeros?

—No tuve nada con nadie. Lo que se usaba mucho, a nivel chiste, era tratarnos como mujer, en femenino. Por ejemplo, nos decíamos: ¿qué te pasa, te levantaste cruzada hoy? Los curas jóvenes también hablaban así. No pasa nada adentro de la institución, creo yo. No hay “mucho” sexo entre los curas grandes, pero en los jóvenes sí, pero no adentro, sino que van a buscar afuera. Conozco curas que garchan con minas y otros con tipos, pero no adentro sino afuera...
—¿Creés que la Iglesia es un lugar para que la gente conflictuada, a nivel sexual, se defina?

—Es un lugar de valores muy rígidos, que no acompaña la realidad del mundo de hoy. La gente tiene menos miedo de mostrarse como es, y eso no encaja dentro de la Iglesia. Yo sigo siendo católico apostólico romano y practicante. Hay una contradicción en la regla, hecha por los hombres (si es que hay realmente una contradicción) y es que las reglas son creadas por los hombres. Yo creo que Dios nos va a juzgar por el amor que uno da.
—¿No creés en un castigo divino por tu homosexualidad?

—Si sos un tipo, no creo que sea distinto si le das amor a un hombre o a una mujer. Yo tengo una relación de pareja de 14 años con otro hombre, y no creo que difiera en nada con la relación de pareja que tiene mi hermana, que está con un hombre. Es la entrega de amor hacia otra persona lo que le importa a Dios. Yo considero que una relación estable no está mal vista, o no debería estarlo, para Dios. Lo que me jode es la gente que no forma pareja y garcha todo el tiempo con gente distinta.
—¿Por qué te molesta eso?

—Hablando desde el punto de vista de la institución de la Iglesia, si es una relación añeja no habría problemas. Apunto a que la promiscuidad sería lo mismo que un tipo que vive violando pendejos.

Tengo amigos curas que sin ser gays comparten 100 por ciento mi estilo de vida, pero no se lo bancarían si yo fuese promiscuo. Cada uno vive de la mejor manera que le sale. Sé que el ambiente gay es un ambiente promiscuo, porque somos hombres, y el hombre es muy sexual, más sexual que las mujeres. Si comparás una encuesta: los hombres son más infieles que las mujeres, y al ser hombres con hombres hay mayor infidelidad en el ambiente.
—No creo que sea malo o bueno ser promiscuo, como vos decís, que eso es un prejuicio. ¿O lo estás pensando en relación al sexo vs. el infierno?

—No, no, yo no hablé de infierno. Dejemos ese tema de lado. Para mí el sexo es maravilloso. Es un gran regalo que Dios nos hizo para disfrutar. El tema es cuando involucrás sentimientos, que podés dañar a las personas. No puedo juzgar la promiscuidad, porque yo mismo en mis despertares homosexuales fui promiscuo. Era un desahogo físico, algo para no involucrarme con la otra persona, con el amor, porque no me permitía tener pareja. Ahora, cuando encontrás a tu media naranja y empezás a construir una relación, creo que la promiscuidad queda a un costado, a un secundario plano, y si tenés la suerte de sostener en el tiempo una relación, diría que más que una pareja gay es una pareja heterosexual.
—Para vos, ¿Jesús tuvo sexualidad?

—No. Creo que no, vino a la Tierra para cumplir su misión.
—Estuve leyendo sobre Santa Rosa de Lima: dormía en una cama de clavos, usaba una corona de espinas y cuanto más sufría sentía más el dolor y así se acercaba al umbral del éxtasis que buscaba para entrar en éxtasis. Gozaba muchísimo, tenía orgasmos sin tocarse, pero después la culpa era enorme y el castigo también. ¿Cómo es eso en el seminario?

—En el seminario no vi casos de autoflagelación por reprimir la sexualidad. En el seminario de formación, uno tiene la cabeza más amplia. Los desbordes de los curas vienen cuando terminaron su formación, cuando ya se ordenaron. Creo que los desbordes en la formación son difíciles de encontrar. Mis amigos curas no los vivieron durante la formación, porque, como te decía, la formación es rígida, después sí. No hay espacios para los desbordes en el seminario. Al no tener un grupo de contención, al estar solos en una parroquia viviendo con dos o tres más, la rutina ya no es muy estricta, viene un relax que les permite que aparezcan cosas que estuvieron mucho tiempo dormidas. El cilicio es un elemento de autoflagelación medieval. Es una cadena con pinches que se coloca en la pierna o en el brazo para acordarse de que Cristo sufrió mucho. Solamente lo utilizan los cristianos ortodoxos del Opus Dei. Yo no lo necesité.
—¿Pensás que hay gente que lo necesita?

—Yo creo que hay un mito con la Iglesia y la sexualidad. Hoy hay muchos curas jóvenes con la mente abierta, incluso desde el lado sexual. Adolescentes que en vez de ir a una confesión donde se los castiga –igual no olvidemos que hay un sacramento en el medio–, se encuentran con algo que se parece a una charla entre amigos. Yo creo que hoy un cura no le va a decir a un chico que se va a confesar que no coja.
—No es ése el discurso de la Iglesia... todavía se siguen oponiendo al uso del preservativo...

—Bueno, ésa es la distancia que hay entre el cura de barrio y la institución.
—¿Y por qué dejaste el seminario?

—Porque me sentía un hipócrita.
—¿No pensaste en tratar de reformar desde adentro la institución?

—No, fui egoísta, pensé en lo que me iba a hacer feliz a mí.

Gabo Arancibia