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35 minutos

Lo miré a los ojos y le dije que se fuera, que lo que necesitaba de él lo acabábamos de hacer, que necesitaba mi espacio y ya me estaba mol...


Lo miré a los ojos y le dije que se fuera, que lo que necesitaba de él lo acabábamos de hacer, que necesitaba mi espacio y ya me estaba molestando. Quería ver que hacía, siempre fui el típico forrito manipulador histérico que le gusta probar las reacciones del otro. En realidad, le decía mentalmente con cada una de mis entrañas que no se atreviera a moverse de la cama; pero para ese entonces, después de esa buena cogida, parece que sus oídos extrasensoriales estaban sordos de tantos gemidos.

Quedamos en silencio unos minutos, terminó su pucho (cigarrillo) y se levantó sin decirme nada para ir al baño. Con la puerta entre abierta ya sabía lo que iba a hacer pero igual observé disimulado, agarró un poco de jabón y se lavó bien la pija, se echó un poco de desodorante y apagó la luz un tanto ofuscado. Todavía sin decirme nada, agarró su remera violeta que estaba a los pies de la cama, los pantalones cerca de la puerta y se empezó a vestir. Me miró dos segundos, se agachó para darme un beso en la frente y se fue.

De repente me invadió un vacío inexplicable, sólo, en la cama y a medio tapar, me corrió un frío por la pierna que apenas rozaba el piso que me erizó todos los pelos. Nadie me había hecho tal escena en todas las encamadas que había tenido; unos me puteaban, otros me decían que ni en pedo y los tenía que echar a la fuerza, y algunos otros les agarraba el instinto violento de cagarme a piñas… pero nunca habían acatado mis órdenes a la perfección. Así era él, yo sabía que era distinto al resto y por eso lo testeaba cada tanto.

Esos segundos se me hicieron horas, y esas horas pasaron a milenios. ¿Qué me pasaba? Estaba hasta las bolas, eso pasaba, o quizás era que con Melak todo se tornaba un tanto especial y no quería dejarlo escapar tan fácilmente, la duda, siempre mi amiga la duda. Las agujas del reloj marcaban exactamente 4 minutos desde que se puso sus zapatillas Vans y cerró la puerta de mi departamento (había contado los minutos!).

De repente me vinieron los flashes de cómo nos habíamos conocido en el pasillo de la Facultad por un amigo en común (esas putas casualidades que uno agradece a la vida), aunque yo ya le había fichado el bulto hacía una semana en el andén del subte. Era imposible negarse a esa sonrisa; era más bajo que yo pero de cuerpo fornido y algo trabajado, bien pinta de macho aunque no dejaba de ser un pendejo y gozar de su frescura; brazos velludos y una mirada simple y tierna.

Desde la primera charla que hablamos de libros hasta películas con finales de mierda a nuestro primer encuentro en la cama hacía unos instantes parecía un abismo, y solo habían pasado tres putas semanas. Era algo admirable en alguien como yo dónde el promedio de palabras dichas era mucho menor en tiempo al franeleo post coital.

7 minutos pasaron y yo seguía ahí, tendido en bolas pensando en un chabón que me quemaba la cabeza. Agarré el celular amagando para mandarle un sms pero desistí y lo tiré con algo de ira y enojo conmigo mismo al colchón. Ya está, ¿qué carajo hacía?… Corrían los minutos, 15 minutos ya y el tic tac cada vez sonaba más fuerte. Iba en contra de mi política autoimpuesta salir a buscarlo cuál doncella a su príncipe, que puto sonaba. Pero ¿para qué? ¿qué le iba a decir? ¿qué se había olvidado algo? ¡por favor!…

Me levanté al baño algo sudado, con olor a sexo, y me di una ducha. Necesitaba que el agua me despeje un poco pero aún así el proceso parecía no detenerse, tenía su cara más presente que nunca; pensaba en él, lo que habíamos hecho hace unos pocos minutos y la sangre se me iba allá abajo. No podía parar.

A los 25 minutos ya estaba vestido, sentado en la cama frente a ese cuadro surrealista que no me ayudaba mucho. Moví el pie y me di cuenta que estaba su reloj tirado. Lo agarré extrañado, él no era de olvidarse nunca nada; es más, este reloj fue un regalo de su madre con lo cual lo hacía más especial y obsesivo con su cuidado. Ahora si tenía la excusa para escribirle y que vuelva, pero no. Mi orgullo pudo más, va a volver solito me dije.

Bueno, seguía en la cama. ¿Qué hago? Puse su reloj en la mesa de luz y vi que marcaban 28 minutos de todo ese sexo que había invadido la habitación. Me agarró calor, desesperación, ansiedad.

Me cayó la ficha. Esas coincidencias que compartíamos nunca las había tenido con nadie. Sería muy pelotudo si me quedaba sentado en esa cama haciendo nada más que complacer mi vanidad. Era hora de morder el freno.

Todo parecía acelerarse de la nada al todo en un segundo. 32 minutos… salté de la cama. Agarré mi campera, me puse las zapatillas, no había tiempo de atarlas. Cada segundo extra que tardara aumentaba la posibilidad de que él se aleje más y más, y no!, no quería que pase eso. Estaba al borde del colapso. Dicen que la locura es como la gravedad, un solo empujón basta para que caigamos y suframos su efecto; eso me estaba pasando, estaba cayendo en la locura del deseo, de no ser tan pelotudo y entregarme a alguien que sí valía la pena… en la locura de Melak. En la peor de las demencias.

34 minutos, ¡la puta madre!, no encuentro las llaves para cerrar el departamento, nunca me detesté tanto por ser tan despelotado… se estaba yendo, se alejaba de mí… ¡daleee!

Acá están, abajo del sillón; ¿dónde más? si cuando entramos al departamento nos empezamos a desnudar y lo primero que voló fueron las llaves junto con ese bolso de D&G que tanto le gustaba.

35 minutos, tomo el picaporte. Estoy decidido, esta vez me la juego. Se me sale el corazón por la boca, me explota el estómago de los nervios pero ya está. El que no arriesga no gana. Apago la luz, abro la puerta…

- Tardabas un minuto más y me iba, 35 minutos es casi un récord. Pensé que no ibas a salir a buscarme más.

Ahí estaba él, ¡qué hijo de puta!, me estaba esperando atrás de la puerta. Seguro oyó mi desesperación revoleando las cosas del living y puteando porque no encontraba las putas llaves.



Lo miré a los ojos. No sabía que decir. No quería decir nada. Tomé coraje e intenté balbucear algo; me hizo señas que me calle, me puso su mano en mi boca y me dijo: – Yo también… fueron los peores 35 minutos de mi vida, pero si estás acá frente a mí valieron la pena. No te gastes en decir nada, no hace falta.

De repente el pánico se esfumó y ese beso que me dio confirmó todo lo que mis miedos querían evitar que haga. Si hubiese tardado un minuto más quizás nunca me lo hubiese perdonado.

Tardamos más en cerrar la puerta de nuevo que en desvestirnos, y otra vez ese living era testigo del fuego que nos quemaba. En el camino a la cama me agarra fuerte con sus brazos musculosos y me dijo algo que me hizo pensar que por esta vez el cazador se volvió presa y que por eso quizás también lo quería tanto: – Tus técnicas de manipulación no son las únicas que existen, hay otras mejores. Me miró fijo a los ojos y se puso su reloj. Sabía que no lo decía por eso.

Me calenté aún más, lo besé con furia e hicimos que la cama nos tenga envidia.

El putito manipulador, se había encontrado con la horma de su zapato. Ya no jugábamos más el jueguito del cazador y la presa; ahora los dos éramos uno y, sin saberlo, caímos en la peor de las trampas, la de Cupido.

Putoheterosexual