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Desayuno en el subte

Estación Carabobo. Siete y media de la mañana. Un día más de trabajo. Bajo a los piques, me gusta llegar temprano al laburo, cuando n...

Estación Carabobo. Siete y media de la mañana. Un día más de trabajo.

Bajo a los piques, me gusta llegar temprano al laburo, cuando no hay nadie. Me hincha soberanamente los huevos pasar escritorio por escritorio a saludar a todo el mundo. Prefiero ser el saludado.

Ya estaba en el andén cuando nos cruzamos las miradas. Apenas puse un pie, su imán me atrajo. El también se sintió atraído, su mirada fue de mis ojos a través de los Ray Ban, a mi bulto.

Lindo pibe. Mucho pelo en todos lados, barba de días. Auriculares puestos. Camisa desabrochada a la altura del pecho lo suficiente como para que la mata crespa y negra le sobresaliera. Como a mí me gustan.

Me mande la mano a los bolsillos y me agarré la pija. Eso hizo que no desviara nunca más la mirada de mis pantalones.

Como nunca, deseaba que el vagón llegara al tope, bien al mango de gente, enrarecido del olor a cama, y faso de los que no pueden arrancar sin el primero de la mañana, y de los que salen sin bañarse. La mayoría de los días de solo pensarlo algo de asco me subiría a la garganta. Ese día era todo lo que quería que sucediera, como nunca otro.

Arribado el tren, por supuesto (afortunadamente) con gente hasta las tetas, subimos al mismo vagón cuidándonos de quedar lo bastante encimados. Al toque le apoye la chota en la pierna (habíamos quedado de costado) Se la refregué. Miro hacia otro lado y entre el tumulto de gente, de manera bien invisible para todos, menos para mis sentidos, empezó a frotarme la mano sobre la poronga como si fuera la lámpara de Aladino.

Cuando se aseguró que ya tuviera el tamaño considerable, me la agarro por encima del jean, subía y bajaba, me la apretaba, me acariciaba la cabeza y las bolas, la recorría se aseguraba con el tacto el tamaño, el grosor y la dirección.

Adoro me soben la pija. Me pone a mil. Más si es en público y de día.

Tres estaciones después en medio de la gente que volvía a hacer explotar en el vagón cada estación, se dio vuelta, y me ofreció el culo. Se preocupó por que mi chota se acomodara bien entre los cantos y empezó a empujar con su orto en cada vaivén del subte, haciendo que la calentura me subiera hasta las orejas. Hervía de gente. Lo agarre suavemente de la cintura y lo bombeaba imaginariamente con la ropa puesta. Deslice mi mano hacia su bragueta y al muy hijo de puta le iba a estallar la pija de lo caliente que estaba.

En la próxima estación volvimos a quedar de costado. No lo dudó. Me bajo el cierre, y mando la mano debajo de los bóxer apretándome la poronga en vivo y en directo, ahí por abajo, donde el tumulto hacia que nadie mirara.

Le susurré: la queres? No me contestó.


Ya Lima hizo que el vagón se descongestionara. Eso generó que nos separáramos, pero que a su vez me tapara con el saco la pija que me estallaba del pantalón, para que medio Metrovias no se diera cuenta de que la tenía más dura que los rieles.

En Perú me aproximé a bajar, era el fin de mi viaje. Lo miré lascivamente. Me interpretó. Al bajar percibí que me seguía. La escalera mecánica nos dejo en la puerta del Victoria City (Perú y Av. de Mayo) A esa hora hay poca gente y pocos mozos. El baño está bajando las escaleras. Es discretísimo.

No lo dudé. Entré. Bajé. Abrí la puerta. Un reservado estaba ocupado y el resto del baño desierto. Me acomode en un mingitorio, pelé la poronga que jamás se me había bajado.

Esperé. Muy poco. Sentí la puerta. Por el rabillo del ojo y el espejo vi que entro rápido. No lo dude, me di vuelta y se la ofrecí. No tardó nada en arrodillarse ceremoniosamente y tragarse toda mi pija.

Me besaba los huevos, con la chota tocándole la campanilla. Se la sacó de la boca, la miró bien babeada, busco mi mirada de éxtasis y volvió a engullirla, esta vez jugando sobre mi glande y pasando la lengua de manera de limpiar bien el presemen, que empezaba a asomar.

Estaba muy caliente. Toda la frotada del subte me tenía a mil. Mientras me laburaba la pija se bajo el cierre y empezó a pajearse. Le agarré la nuca y lo empecé a guiar al ritmo que a mí me gusta. Me la chupaba, me miraba la cara de placer y se pajeaba.

Le ofrecí la leche. Asintió con la cabeza. Le aceleré el ritmo de manera tal que a la tercera chupada ya le rebalsaba el delicioso néctar por la comisura de los labios. Creo que nunca largue tanta leche tan temprano. Lo que se le escapaba de los labios lo junte con los dedos y se lo devolví a la boca. Me lo agradeció con la mirada, mientras me llenaba los zapatos con sus fluidos que también eran abundantes.

Nuestro frenesí no nos había dejado entrever que la puerta del reservado se había entreabierto y para cuando levante la vista después de semejante acabada, teníamos casi encima, a un barrendero de los de Cliba con el mameluco por los tobillos, pajeándose a mil y jadeando como loba.

A pesar de que se avivo que habíamos terminado le ofreció su pija a mi amigo. Goloso de más desayuno la recibió gustoso y apenas bajo dos veces la cabeza para separarse y ver la cara del humilde servidor del bien público, ya tenía leche del invitado en las cejas, chorreándole por la nariz y sobre los labios. Con la lengua juntó lo que pudo, le limpio bien la cabeza y se deleito con las últimas gotas del jarabe de los dioses.

No se pudo quejar. Tuvo doble desayuno.

Ese día no me importo un carajo tener que ser yo el que salude a todos en la oficina.

Lisandro Torres.