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La fama cuesta

Mariano L hace de su sección "SER GAY EN EL CONURBANO" una hermosa acuarela de lo que es el puto de Provincia (de la Provin...


Mariano L hace de su sección "SER GAY EN EL CONURBANO" una hermosa acuarela de lo que es el puto de Provincia (de la Provincia cercana, el Conurbano o la profunda, da igual), tan subestimado a veces en la Capital. 

Nos lleva por el camino de historias reales o inventadas, eso es lo de menos, pues lo que da categoría de ficción a una historia real es que se la cuente desde una posición literaria determinada, pero que no obstante sirvan mas  para abrir cabezas y hacer pensar donde estamos ubicados los gays en determinados circuitos sociales. Nos pone a pensar en que entramado social nos encontramos viviendo, vamos pues con el segundo capitulo de la saga. 

Lautaro Anchorena 



En el mismo barrio y en una de las casas de campo antiguas vive Juan Manuel, volvió para restaurar la casa familiar luego de la muerte de sus padres, ahora profesional con laburo en el poder judicial. De posición económica media.

Auto  casi Okm, de modelo estándar, licitado por plan de ahorro y aun prendado, moto de fabricación nacional, el pretendido buen gusto de un gay, etc.

Envidiable  todo por la pendejada que quiere consumir y no tiene una moneda; pendejada que no tiene una moneda fundamentalmente porque no tiene cultura del trabajo, ni de la perseverancia, porque no hay empleo,  porque apenas leen y escriben, porque los estímulos audio visuales hacia el consumo inmediato son excesivos  y porque el barrio está a media hora del pueblo y el pueblo está a media hora de colectivo de Moreno donde termina el tren eléctrico, en cuyo caso, harían lo que muchos otros  pibes de esa otra localidad: subirían al Sarmiento, bajarían en Once,  irían como trapitos a la zona del obelisco y arrancarían una cadena de oro a cualquier turista (o un celular) que luego venderían con facilidad en la calle Libertad y volverían en el mismo transporte público subvencionado, y por tanto sin pagar boleto,  al conurbano natal.

Una noche, en  la desolada tetera de la estación,  cuando ya los mellizos se habían acostumbrado a contar con  guita todos los días,  a Juan Manuel se le regalaron  dos guachiturros para apetecible trío. 

Él no se había dado cuenta a quienes pertenecían esas pijas (¿importaba?) no se dio cuenta en principio por  la penumbra, las gorritas con viseras   y su    total indiferencia hacia el vecindario, luego le mostró 50 mangos al partenaire más versátil y entusiasta,   se puso un forro y se lo cogió.

Quien se dio cuenta  de la identidad del  nuevo gato  era el  mellizo que hacía de campana mientras el otro estaba siendo cogido. El cogido lo estaba desde chiquito por sus amigos del barrio hasta que cada cual consiguió su conchita, y  ahora con buena tripa (más grande que la del que hacía de campana y de ningún modo entregaba el culo) ejercía el viejo oficio junto con su mellizo entre la tetera local,  y a cambio de cada vez menos objetos, en la fortaleza de Rodolfo.

Y como realmente le gustaba comerla se daba vuelta ante el mejor postor, sabiendo ambos  que los que mejor pagaban (cualquiera fuera su rol) eran los bisexuales que provenían de los barrios cerrados.
Días después en la residencia tucumana los hermanos tuvieron un altercado por un par de zapatillas o un pantalón, no importa, y el de culo intacto espetó a su socio que era un puto de mierda que le había entregado el orto a Juan Manuel  por solo 50 pesos.

Juana escuchó lo que obviamente sabía desde siempre y después de varios chancletazos justicieros se dedicó desde  su sitial minúsculo (porque a través de una ventana había abierto un kiosquito)  a referirse a Juan Manuel  como al puto ese de la esquina que anda buscando pendejos en el baño de la estación de tren, pues Juan Manuel no largó ni largaría un centavo más que lo que ofreció  aquella única noche de soledad y desesperación (y por qué no también decirlo, de placentera oportunidad).

Juana logró lo que quería entre las vecinas que llevarían la noticia a sus casas: salvaguardar la honra de su familia  distrayendo una vez más la visibilidad sobre sus dos engendros  prostitutos y  depositando esa visibilidad en este caso sobre el gay, vengándose ante la imposibilidad de  acercarse a hablar con él  porque los pendejos ya tenían 18 años.

Por lo tanto cada vez que Juan Manuel   pasara con su moto por el baldío donde la pendejada jugaba al futbol recibiría silbidos de esos silbidos en dos tonos que antaño los muchachos regalaban a las chicas de pollera corta.

Un día el gay se bajó de la moto, preguntó quién lo había silbado. Nadie respondió e invitó a quien tuviera huevos a que le tocara el timbre cualquier noche  y entrara a decirle lo que le  quería decir.
Con eso ganó respeto, tenia voz de macho y también se ganó un par de cogidas cuando nadie viera entrar a su casa al pendejo caliente de turno.

Juana siguió refiriéndose a él como al puto de la esquina. Jamás hablaría de Rodolfo.  En el almacén  le cobrarían a Juan Manuel  varios pesos más por cada producto, en la panadería le darían pan de ayer y se lo cobrarían como del día,  hasta que por fin  Juan Manuel decidió no comprar más en su barrio y empezó a hacerlo en el nuevo Carrefour a 20 cuadras.


Finalmente puso la casa en venta y se mudó.



Mariano L.


Lic. En  Relaciones Públicas

Lic. En psicología
Dr. En psicología social
Especialista en varias orientaciones psicológicas

Escritor