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Ismael (Dios oye). Cuarta parte

José María Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos|     Desde ese día me costó dormir. Me despertaba sumido en pesadillas. No obstante, al d...

José María Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos|

 

Ismael

 

Desde ese día me costó dormir. Me despertaba sumido en pesadillas. No obstante, al despertar e imaginarlo ahí, en su cuarto, desnudo y solo y al alcance de mis manos, me sobrevenía una alegría inmensa, unas terribles ganas de reír. Entonces lo recreaba. Recordaba su espalda, su cintura, el pliegue todavía inaccesible que llevaba sin pausa a la locura. Volvía a ver como enajenado sus brazos largos, sus piernas duras, sus pies, ¡oh, Dios!, sus pies tan delicados que daban ganas de besar, de arrodillarse. Entendí a la hermana de Lázaro. Su devoción. Yo no tendría ungüento pero mi leche alcanzaría, ungirlo a pajas destempladas como a un Cristo de carne y hueso. Lo fantaseaba a mi lado otra vez. El pecho ondulado como las arenas del desierto, las tetillas de color rosa lastimadas de necesidad, su ombligo, ¡oh, Dios!, su ombligo como una florcita tibia para adornar mi boca. Cuando tomó mi mano aquella vez (cuando me dijo: “Por eso”), yo no sabía lo que iba a suceder. Lo miré a los ojos. Me miró. Entonces acercó mis dedos a su ombligo, a su origen, a una marca que de alguna manera nos unía.

(Y no solamente por Vergara, del cual me acordé inevitablemente. También se refería a lo fundamental. Todos somos hijos de un mismo dios. Desde esa perspectiva, todos hacemos el amor con hermanos. El amor homosexual es incestuoso. No tiene nada de malo, el asunto es que nos obliga a ser generosos, a no lastimarnos, a amar. Dios es amor, dicen, y justamente cuando cojemos es cuando nos damos cuenta, o deberíamos. Estar con el otro, comulgar, penetrarnos, ser el otro en ese instante es sublime, es el regalo de un padre que nos ama, que la tiene clara, que quiere que seamos felices).


Pero no avanzó mucho más. Y yo tampoco, todavía. Una semana después yo acribillaría a ese mismo ombligo a mordiscones. Fue nuestra comunión y así nos entregamos: padre e hijo, Dios y hombre, pija y culo. Ismael es muy creyente y yo también. Creo en el cuerpo del hombre que es mi pan.


Nos separamos como lastimándonos. Lo que iba a suceder, sucedería. Pero entonces, cuando quise retirar mi mano la retuvo. Fue apenas un instante pero durará toda mi vida. Quiere decir que son momentos indelebles y todos los hemos vivido alguna vez. En este caso sirvió para que percibiera algo que estaba ahí, muy cerca, apenas más abajo: su sexo, ¡oh, Dios!, su sexo como un panal de abejas que destilaría leche y miel como en la tierra prometida.


(Continuará)

 
Leé acá mas de José María Gómez: “Ismael (Tercera parte)”