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Ismael (Dios oye). Final (dos)

José María Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos| Pero antes lo bañé. Abrí todos los grifos y encendí todas las luces del cuarto de baño. ...

José María Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos|

IsmaelPero antes lo bañé. Abrí todos los grifos y encendí todas las luces del cuarto de baño. Necesitaba verlo, reconocer su piel, descubrir en cada uno de sus recovecos la fuente de mi deseo. Buscar, sobando sus intersticios, la índole primaria del instinto de posesión, el núcleo duro de un impulso feroz (elemental y sagrado) que me impelía a devorarlo. “Hacerlo” mío, es decir, inventarlo por sobre su constitución para mi goce, sabiendo desde ya la inutilidad del propósito. No hay nada más esquivo que un cuerpo: irreductibles e irredentos, provocan en el deseante la propia incompletitud, fantasmas de un deseo que se presume atrapar a través del otro. Pero lo intentaría.

Ismael, mi niño, se aprestaba, dócil. El olor del sueño aún permanecía en sus angulares. Apoyado en el marco de la puerta, me miraba hacer, escondiendo su mano bajo la tela ínfima, tocándose los “huevos”. Somnoliento, una fugaz erección coronaba su figura. El pedazo de carne, aun retraído, se percibía brutal; contrastaba, con su materialidad, mis afanes: un ritual de pureza y pulcritud, una manera como tantas de convocar con gestos la franca manifestación.


El agua que se alborotaba sobre la cerámica difuminaba un sutil esplendor, un arco iris que se estrelló en su pecho al acercarse. “Me siento ahí”, dijo de pronto apoyándose sobre el borde de la inmensa bacha. “Así que me vas a bañar, papi… ¿y te animás?”, agregó, todavía entero. (En breve, cuando lo llevé en brazos a la cama, una fragilidad conmovedora que me volvió loco lo arrebataría). Ahora, haciéndose el canchero todavía, se cruzaba de brazos, mirándome. Su cuerpo, por la proximidad, se agigantaba. En un momento me imaginé que no iba a poder. Esa es otra propiedad de los cuerpos: su inmensidad. Hay que estar muy caliente para imaginar que es posible poseer a  un cuerpo. Pero era el caso, precisamente. Yo ya no daba más de calentura e Ismael tenía un cuerpo muy hermoso. Pero también y sobre todo, propicio. Había nacido para que lo cojieran. Y yo sería el primero.


“Cerrá los ojos y abrí el culo”, le dije en broma mientras lo bañaba. “¡Qué atrevido!, me contestó, arrojándome agua. Utilicé grandes cantidades de champú. Ismael se puso a chapalear, a propósito, para enchastrarme. “¿Querés un patito para jugar?”, le pregunté, siguiendo con la broma. “Tengo uno acá… ¿qué, no lo viste?”, me contestó, y se largó a reír. Y yo también. Y nos reímos mucho, mucho.


(Continuará)


 

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