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Homosexualidad Ritual (el rito del baño)

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Africa adolescente | Juan Manuel Di Laurentis | El ritual

Vergas  negras


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Que todos los negros son vergones es un mito. Sin embargo, zulúes y  Shangaans  tienen lo suyo.

Ese era el caso de  Cumba y su hermano Moroni, hijos de la cocinera.

Mi blancura en pelotas les daba  mucha risa. Nos hicimos amigos y juntos aprendimos   el uso de las lanzas en combate cuerpo a cuerpo. El ritual.

Mi padre que no era italiano,  se recluyó en  su despacho día y noche ante la huida de mi madre a su Italia natal.

Se olvidó de las negritas y de mí, y se dedicó  a sus deberes políticos, recibiendo órdenes de su país,  aprontando sus negocios en Zimbabwe   y  escribiendo cartas a su esposa. Cartas  que ella nunca contestó; hasta que un día, decidió ir a buscarla.

Sobre mí, dio precisas instrucciones a Makike: higiene, actividad física diaria y que se me alimentara correctamente. Pero por sobre todo,  adiestrarme en  lo relativo a la hombría.   Yo tendría 14 años y el viejo negro asumió la responsabilidad  de acuerdo  a sus  costumbres  tribales.

En poco tiempo andar en bolas por  la casa o con apenas un taparrabo después de entrenar con mis nuevos amigos, fue para mí lo habitual. Y por otra parte, todas las noches tenía una o dos negritas que Makike me proveía con desgano, por ser joven aún. Pero estaba indicado por  mi padre.

África se me  abría.

Homosexualidad Ritual

El viejo me preparaba el baño  y me fregaba la espalda, entonces se me paraba la chota.  Los pibes zulúes, que no se me despegaban, se cagaban de la risa.

A poco los tres, seguidos por mi valet y amigo llevando  toallas y sombrilla,  empezamos a ir  a la playa de los negros, donde  estar desnudos  al sol y sumergirnos  en bolas en  aguas transparentes y cálidas  fue uno de los  placeres mayores que conocí en  la vida.

Los pibes africanos estaban encantados. Me enseñaban todo: su lengua, el IziZulu que pronto hablé, y sus costumbres.

La lucha libre en pelotas en la arena era el pasatiempo  típico  de jóvenes varones.


Se reunían en la playa como quince, que al principio me rodeaban y  tocaban el cuerpo, comparaban sus pieles con la mía y mi pija con las  propias.

En nada se reprimían. Una vez hasta me abrieron los cantos del culo para ver el color de mi virginidad y cuando vieron que era rosada se revolcaron literalmente de la risa.

A esa altura yo ya no era el pibito tímido que llegó a Maputo. Me dejaba hacer con naturalidad. Los comprendía, y aquel contexto me hacia libre de mi mismo.

Bromeaban arrancando mis  pendejos rubios para apoyarlos contra sus negras motitas púbicas,  lo cual terminaba en luchas de todos contra todos desnudos en la arena, juego viril como culto a la energía  masculina circulando entre varones,  en  aquella, diríamos hoy, naturista  cultura.

(Con el tiempo en Oriente comprendí que entre hombres el “Tantra” consistía más que nada en esa circulación energética).

La homosexualidad entre niños y adolescentes no estaba prohibida. Ahora  que lo estoy narrando me parece ensuciar aquello diciendo  “homosexualidad”. Para ese mundo  espléndidamente varonil, jugar con nuestros sexos era inocente, era lo  normal.

La genitalidad entre jóvenes  desnudos  no solo no era censurada  sino que se consideraba  esperable, y por tanto se la  veía  con simpatía.  Que los muchachos antes de casarse incluso se   garcharan entre sí,  aunque sorprenda,  no representaba  sexo. El sexo era entre hombre y  mujer.

Llegada la edad en que se unían  a una esposa, el esperma estaba destinado a la reproducción y por ello,  el cuerpo a cuerpo entre  dos  varones no podía existir sino en el marco de la contienda, donde uno de los dos no terminaría penetrado por el otro. Terminaría muerto.

Así que un día,  en esa curiosidad  por  mi pija erecta blanca y de cabeza rosada que era objeto de  las jodas, todos vinieron a tocármela mientras se las tocaban. Yo me anime a toquetear  algunas.

Africa (30) retroLos pellizcos y mordidas daban pié a revolcones en la arena igual que  rudos cachorros que juegan a matarse. Yo no era tan  inocente como aquellos chicos pero me sentía libre como un pájaro y nunca más me he sentido así.

Entonces  uno de los pibes me la  entró a chupar.

Makike a la distancia se hizo el boludo, él sabía  lo que representaba eso para mi cultura.

Esa tarde a pleno sol, en segundos, a ese pibe le llené la boca de guasca . No me pude aguantar. Se la tragó delante de todos para luego  festejar  su hazaña mientras  muchos,  divertidos,  se daban pajas cruzadas entre sí , dejando en la arena gotones de su leche (o apenas meo espeso, los más jóvenes), cagándonos  de la risa  todos para luego hacer bolitas de semen y  orín  amasadas con    arena  y   arrojarlas a los contrincantes. Hasta que mi mentor puso fin al juego y volvimos  a  casa.

Cumba y Moroni pidieron permiso a Makike para hacerse cargo de asistirme en el ritual del baño.

Ritual del baño


En penumbras los tres  fregamos y enjabonamos (cuando se hacía en  la aldea era con barro), fregamos y enjabonamos en penumbras unos a otros nuestros  sobacos, espaldas, cabezas,  culos,  huevos y pijas.

Por primera vez chupé verga, por primera vez me chuparon el orto.

Recibí  los placeres de la oralidad por delante y por detrás al mismo tiempo.  Y ambos, como un gesto de alabanza,  se inclinaron apoyándose en el borde de la bañera y me entregaron sus  ojetes negros que penetré  y socavé enjabonando mi pija  alternando el darles leche a cada hermano, leche que recibían en su interior en  el goce litúrgico  de recibir los atributos de un ídolo, sintiendo  que les estaba  otorgando un don que los bautizaba y los hacía comulgar conmigo para siempre.

Mi padre a su regreso y enterado de estas cosas,  hizo repetir el relato frente a mí.

Cuando levanté la vista para acatar su reprobación descubrí en sus ojos el rencor. Era una mirada  que se parecía a la envidia.

Continuará…

 

 

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