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Historias de la primera vez: Sexo, sudor y selva

Por Ivan Mon | La primera vez que tuve sexo fue con  Leo (mi vecino y amigo) fue una primera vez a medias, ya que fue interrumpida por la ...

Por Ivan Mon | La primera vez que tuve sexo fue con Leo (mi vecino y amigo) fue una primera vez a medias, ya que fue interrumpida por la llegada de mi padre a casa. Pasaron dos días y no supe nada de Leo, empecé a pensar que se había arrepentido de lo que pasó y yo sentía culpa y miedo de ser escrachado, pues Leo era un muchacho con dejos de malicia. 




Afortunadamente una noche sentado en la vereda de casa con algunos de nuestros amigos, él apareció y se unió al grupo como si nada, jugamos un partido en la calle del barrio y en algunos momentos noté como Leo al marcarme me apoyaba disimuladamente, en un momento lo miré, después de varias apoyadas, y me encontré con la mejor respuesta, una de sus sonrisas retorcidas y picaras, que para mí a esa altura ya se habían convertido en sonrisas morbosas, como respuesta yo también le sonreí y le guiñe un ojo y seguimos jugando el partido como si nada, recién cuando el partido terminó encontré un momento a solas alejándolo del grupo donde pude proponerle de la manera más sutil, repetir el encuentro.

- ¿Cuándo nos juntamos a tomar otro jugo?- le dije sonriendo, de manera muy segura y hasta soberbia, pero su respuesta me cerro la boca.

- Cuando quieras, pero no puede ser en tu casa ni en la mía, esta vez quiero acabar- respondió él, mirando de un lado a otro con cierto nerviosismo, quizás con miedo de que alguien lo escuchara.

Al día siguiente nos vimos en su casa solo los dos para “jugar Nintendo” y aprovechamos los momentos donde su hermanita no estorbaba o alguno de sus padres no pasaba cerca de la sala, para poder planificar ese encuentro y así no ocurriera ningún imprevisto, el gran problema era el lugar donde concretarlo, pues en nuestras casas no podía ser y nadie debía enterarse, eso ambos lo teníamos claro. Afortunadamente vivíamos en un pueblo cálido y subtropical que estaba rodeado de lugares campestres medio desolados, cerca de nuestro barrio a unas 10 cuadras de casa terminaba el pueblo y pasaba un arroyo que tenía matos y pequeñas playas de arena y del otro lado un bosquecillo selvático, espeso que cubría los montes y senderos naturales. Casi todos los adolescentes conocíamos esos lugares porque en el Cole solíamos hacer recorridos programados o días de campo por esos Lares, entre otras cosas creo que el primer condón usado que vi en mi vida fue allí en uno de esos paseos.


Le propuse a Leo irnos un domingo a la mañana de paseo y volver después del mediodía, él accedió con cierta desconfianza, pero lo aceptó, ya que sin decirlo explícitamente ambos sabíamos que el objetivo era tener sexo. El día llegó, ambos dijimos en casa que iríamos con amigos del curso, nadie objetó nada y nos dirigimos al arroyo, yo estaba nervioso pero excitado, cuando llegamos a la última casa del pueblo empezamos a bajar por la pendiente de arena y matas y llegamos a la playa de arena donde ya se sentía la brisa del viento y el sol empezaba a calentar mucho, como si eso fuera poco Leo se sacó la remera y se la puso como un turbante en la cabeza, era imposible no mirar su espalda ancha, esa cintura fina y musculosa que terminaba en dos prominentes glúteos jóvenes que enraizaban esas piernas gruesas y peludas, (Leo ya era todo un hombre). Llegamos a la orilla del arroyo y había que cruzarlo, yo fui primero con mi mochila para dejarla del otro lado y luego volver para ayudar a Leo, pues él llevaba además de su mochila un bolso más grande donde había guardado unas botellas de gaseosa y un par toallas grandes para no tener que sentarnos en el piso. Creo que la calentura podía más porque pasando el arroyo a menos de 10 metros caminados Leo se metió entre los arbustos y me dijo – Vení por acá- yo lógicamente fui como rayo, él estaba parado en un lugar donde los arbustos altos lo rodeaban y un gran espacio de arena blanca se disponía como el escondite perfecto. Cuando entré lo vi de frente a mí, había tirado los bolsos en el piso y se había bajado el pantalón corto y el slip dejando al aire su miembro erecto, por primera vez lo vi a luz del sol, era grueso, venoso, con el prepucio a medio retraer y dos grandes testículos que colgaban debajo con un pelambre de adolescente. Sin pensarlo dos veces me quite la mochila y acerqué para tomar con mano izquierda su miembro, sentí como sus testículos estaban calientes pero a pesar del calor la piel del prepucio se sentía húmeda y fresca, los retraje completamente y empecé el vaivén de mi mano, él solo se animó a poner su mano en mi entrepierna por sobre mi ropa y empezó a frotar con los ojos cerrado y respirando profundamente, mientras yo tenía los ojos más abiertos que nunca y miraba su miembro, su vientre duro y plano, su torso, sus labios húmedos y como se los remordía mientras yo lo frotaba, al cabo de un momento Leo se animó a más y pasó su otra mano por mi espalda, franqueó mi short y mi calzoncillo para empezar a amasar mis glúteos y finalmente dejar caer mi ropa por debajo de mis rodillas, como la de él. Estábamos muy cerca, cuerpo a cuerpo, de pie, él con los ojos cerrados, con la cabeza dirigida al cielo, disfrutando y yo con los ojos abiertos gozando, mirando todo, nuestras bocas estaban cerca, Leo lo supo e inclinó su cabeza para que nuestras bocas húmedas se encontraran, por un momento se dejó llevar y por primera vez nos besamos apasionadamente, pero luego creo que el miedo lo frenó pues de repente se detuvo, se subió los shorts y levantó los bolsos de la arena – Vayámonos un poco más lejos – me dijo y arrancó a caminar, yo me vestí y lo seguí.



Empezamos a caminar como si nada hubiera pasado, él me contaba cosas de la naturaleza (su padre era profesor de biología en el Cole) y yo solo escuchaba, no podía sacarme de la cabeza la imagen de su miembro. Estábamos en medio del monte verde, rodeados por árboles y arbustos, con humedad en el aire, era un bosque espeso con subidas, bajadas y recovecos con senderos diversos, nunca olvidaré el olor a naturaleza a madera húmeda, a verde, el sonido de los pájaros en los árboles y el olor de su piel, de pronto Leo se detuvo, era el momento, - ahí abajo mirá- me dijo señalando un espacio entre árboles y arbustos. Era un lugar escondido rodeado por árboles y por una parte de la ladera de una colina, apenas se veía desde el sendero, Leo bajo rápidamente y empezó a limpiar del piso con sus pies, quitando las piedras y cosas que pudieran incomodar, yo llegué para ayudarlo, y acomode las mochilas en uno de los árboles, el sacó las toallas y los sándwiches, me dijo que tenía hambre con un sonrisa, con ese comentario yo casi había perdido las esperanzas, pensé que se había desanimado y que eso terminaría siendo solo un picnic. Empezamos a comer y tomar gaseosa, como cualquier adolescente varón, devoramos todo en 5 min.


Luego Leo se recostó mirando al cielo y yo me recosté a su lado, cerró los ojos sin dormir, y esta vez fui yo quien tomó la iniciativa, posé mi mano en su muslo y al no inmutarse me dio el permiso de seguir, subí a su entrepierna por debajo de su ropa y encontré ese delicioso pedazo de cielo, que rápidamente creció en tamaño, dureza y calor, Leo no se movía pero sonreía, me levanté un poco y me acomodé en frente a él para quitarle toda la ropa que le quedaba (el short y el calzoncillo), Leo ya estaba desnudo y no abría los ojos, y yo solo quería hacer aquello que había visto en el canal XXX, acerque mi cabeza a su pelvis y el olor que sentí era lo más excitante que nunca había sentido, abrí mi boca y saboreé su ser, era un poco salado y a la vez dulce, miré su rostro mientras lo saboreaba y Leo tenía los ojos abiertos y en ellos una mirada de lujuria, abriendo la boca y gimiendo de placer, duro unos minutos y luego se incorporó, me tiro al piso y sentí como su labios cálidos se posaban en mi miembro, comenzó a chupar de arriba hacia abajo una y otra vez, yo sentía que explotaba, sus dos manos rodearon mi pelvis y empezó a tocar mis glúteos, amasarlos y de tanto en tanto sus dedos tocaban mi orificio, él estaba endemoniado, como poseído, me dio la vuelta dejándome con el vientre en el suelo (sobre las toallas) y recuerdo que sentí su pene caliente, duro y húmedo de excitación intentando entrar en mí, no sabíamos sobre los lubricantes, ni lo práctica que es la saliva en esos momentos, pero no hizo falta, nuestro sudor y su excitación generaron la lubricación necesaria y él solamente empujó, sentí como se deslizaba dentro de mí, ese dolor bendito, y esas punzadas dolorosas que sentí al principio se mezclaban con mi deseo de que no se detuviera, comenzó a entrar poco a poco, sentía que me desgarraba pero era demasiado bueno como para detenernos, finalmente entró todo lo que podía en esa posición y sin darme cuenta yo estaba eyaculando de placer, Leo no se detuvo y empezó a moverse como un animal queriendo estar cada vez más dentro, aunque ya no era posible, entraba y salía, gemía y gruñía, era como una bestia, mientras yo como podía con una de mis manos frotaba mi propio miembro, en un momento me tomó de los hombros y empezó a respirar en mi nuca cada vez más rápido, yo solo tenía ganas de terminar de nuevo, empezó a agitarse y sentía sus latidos dentro de mí, de pronto una sensación caliente se apodero de mis entrañas y poco a poco Leo se fue deteniendo, sentía que su liquido emanaba en mi interior y aun sin él retirarse por la presión sentí un hilo de liquido por mi muslo, eso me excitaba mas aún, cuando se retiró totalmente de mí, expulsé todo su semen de mi interior al mismo tiempo que yo eyaculaba por segunda vez, la cabeza me daba vueltas, estaba extasiado, fue genial.



Nos quedamos tirados en las toallas un rato largo, el me acariciaba la cabeza, fue un momento de plenitud. Luego de unos breves minutos de reposo, yo escuché un ruido, cuando levante la cabeza pude ver que en medio de la maleza a unos 10 metros estaban parados dos tipos grandes (para mí en ese momento) de alrededor de 40 años, mirándonos, uno de ellos sobándose la entrepierna, ellos se percataron de que yo los vi, me quede petrificado, mudo, quería salir corriendo, había sido descubierto y no sabía que es lo que pasaría de ahí en más.