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El Pequeño ladrón

Jesús Navarro - Yo ya me había cansado de mi vida de puto. Justo en esa misma noche, casi en el mismo momento yo me había agotado de mi vid...

Jesús Navarro - Yo ya me había cansado de mi vida de puto. Justo en esa misma noche, casi en el mismo momento yo me había agotado de mi vida de puto. De ese ir y venir por un costado de la ruta imaginando que ésta era una pasarela internacional en la que los hombres me veían en el andar felino y me deseaban. Pocas cosas tan fieles como mi capricho de ser deseado. Mi paso era ligero, aquel viernes funesto en el que renegué de mi falta de encanto para seducir y odié la falta de un hombre que a la fuerza me tomara fuerte del cuello y me obligara a sus placeres. 
  
Nada de eso. En la calle, solo el agua sobre el suelo de una noche que amagaba en lluvia torrencial y se quedaba en llovizna, mi cuerpo casi desnudo para un agosto impío y mi mal humor. Decidí volver a casa, acostarme sería lo mejor y a otra cosa mariposa que la que puede puede y la que no mira y aprende y la que puede ladra y la que no que compra un perro sin puntos ni comas ¡y la concha de la lora! ahí estaba yo, volviendo a casa, repitiendo frases que otro puto me enseñó. Harto de los putos y sus mariconadas y me cacho en die! Cinco calles hasta mi casa. 

Cinco oportunidades más en cada esquina. Cinco miradas más... solo cinco y a la cama. Fue en la primera, esquina Francia, de donde salió apurado un muchacho doblando la esquina y tomando en línea recta en mi misma dirección. Tres de la madrugada, en un pueblo así, como ese... qué extraño. Zapatillas Nike, blancas (de esas a las que solo le falta hablar cuando pisas mierda de perro) short azul de fútbol y una camiseta blanca y azul. Apuré más mi paso para ir a su lado y aunque intenté todo el tiempo verle la cara no pude. 

Llevaba sobre sus hombros un secarropa. Sí, sí, un secarropa. No supe qué decir pero no fue necesario, él solito me habló. -Amigo, ¡vos no me viste eh! (Mi silencio) - Eh amigo si te preguntan yo me fui para allá (con una mano señaló a la derecha) y dobló a la izquierda. - Está bien quedate tranquilo. Solo eso respondí. Pude ver entonces en los movimientos, su cara. Vi que era un adolescente, ni la sombra de un pelo en la cara... ojos café para el frío... -y ¡qué puto! ya estaba yo dispuesto a mamarlo. 

Paso siguiente: él dobla urgente a la izquierda yo me quedo mirando... uno, dos, tres; lo sigo. Uno, dos, tres pasos. -Eh amigo (digo bien bajito para que nadie más que él escuche siendo los únicos en la calle), me acerco, lo miro a los ojos y a la bragueta al mismo tiempo. Pregunto seco como quien pregunta el nombre de una calle: -¿Da para chuparte la pija?, ¿te tomo la leche? si es no todo bien no quiero ofenderte. ¡Por Dios!, me faltó decir: " No se ofenda señor ladrón pero soy puto aunque reniegue y mi naturaleza me pide pija vio". Uno, dos, tres, cuatro (los segundos eran interminables), -Sí dale. Pero no acá que estoy trabajando. Esa fue su respuesta textual. El niño bonito me estaba diciendo que sí podía chuparle la pija pero no ahí, sino más adelante porque él estaba trabajando de ladrón. 

Acordamos dónde y yo caminé adelante. Algunos metros atrás él seguía mis huellas. Para el ombú, que era el lugar donde todo el pueblo había ido a coger o a drogarse faltaban cinco o seis cuadras. Las calles sin luces, todas las casas vecinas, adentro los vecinos durmiendo o lo que nosotros íbamos a hacer, coger o drogarnos, pero adentro de sus casas (todo muy legítimo). Sobre los últimos pasos, casi sobre el alambrado de una empresa multinacional, antes de hacer el último giro a la derecha, vi como una mala premonición de mi suerte, la luz azul de un patrullero acercase hacia nosotros. Le hice a este chico una señal que no vio o no comprendió. Él no vio tampoco la luz azul. Yo volví hacia atrás y ¡zas! le quité el secarropa y me lo puse al hombro justo a tiempo cuando el móvil nos vio y se acercó. Por suerte no se detuvo, pasó lento pero pasó. Nos reconocieron, claro. A ambos nos miraban muy fijo pero la lectura era clara: "El puto se va a coger al pendejo al ombú" (Yo también reconocí a los policías. Juntos ya habíamos aprendido cómo siguen esos recorridos). 

Caminé la última cuadra cargando el botín. Llegamos al árbol. Me arrodillé y me dio la pija (terrible pija el pendejo). Él era más lindo de lo que yo en mi fantasía había visto. Fue un placer mamarlo y solo caí en un estado de miedo cuando se le cayó de entre las ropas un cuchillo de madera, una punta, afilada; con la que me contó mientras le chupaba la pija y lo escuchaba atento que amenazaba a sus víctimas.



Seguí ahí chupando y la pija le crecía siempre un poco más. Era larga y era gruesa. Una pija grande de verdad. Él me tiró sobre las raíces del árbol, me abrió las patas y me atravesó. ¡Uf!... Dolió pero aguanté el dolor. Para mitigar el dolor del alma debía antes curtir el cuerpo. Lo dejé entonces hundirse en mí, caldearse en mi sangre que hacía borbotones gigantes de perversión. Su adolescencia imprudente y su carne transpirada de delito, uno tras otro, convertía en hombre a ese niño dentro de la piel de otro hombre, medio hombre medio monstruo. Un ser medio humano - medio bestia que gozaba de sentir cómo llegaba a cortarse la carne en cada centímetro del miembro tieso del varón que lo embestía. Fui raíz misma junto a la madera del árbol, cazador de aquel lobezno prometedor en su fuerza y su coraje. 

El muchacho me clavó la mugre de sus uñas en el cuello, queriendo tal vez quitarme el aire. Él ignoraba que yo podía vivir sin respirar, que lo único que no podía faltarme lo tenía dentro, empujando sin contemplar absolutamente nada. Me miraba fijo y sonreía, su ritmo no mermaba. Me reubicó poniéndome de costado para que se adaptara el culo a todas las posibilidades de su gran pija y tomándome de la cintura volvió a perder el control. -siempre quise cogerme un puto -dijo y me escupió con exactitud en la boca por lo que no pude decir nada. Hubiera querido devolver el halago pero no fui capaz.
  
La metió y la sacó tantas veces como quiso, nunca amable. Tuve miedo de perderme en la vergüenza de ensuciarme con ese elemento que ni por tan puto se nombrar. Tuve hambre de ese chico en esa madrugada y cómo decir que me lo comí.