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Un sauna en Marruecos

HAMMAN EN MARRUECOS, AFRICA. Llego al hotel “Riad Dar Dmana” y el mismo que me atiende en recepción, me acompaña a la habitación, me pregu...

HAMMAN EN MARRUECOS, AFRICA. Llego al hotel “Riad Dar Dmana” y el mismo que me atiende en recepción, me acompaña a la habitación, me pregunta en un español básico si me gusta, sino tiene otras. Me quedo allí mismo por la espectacular vista a la plaza “Djemaa el Fna”.

A pesar de ello aún mi palidez por el susto y los nervios vividos no me dejan tranquilo, podría haber muerto hace apenas media hora. Se me cruza por la cabeza la mejor de las ideas: ir a un hamman, que es el baño turco por excelencia en Marruecos, punto de reunión social y ritual que incluye limpiar el cuerpo y relajarse. Consulto al recepcionista de ojos verdes intensos como llegar a alguno, al no entenderle bien, decide acompañarme una cuadra hasta señalarme la puerta de entrada.

El lugar es agradable y rústico, muy antiguo, es como transportarse al pasado… Ingreso primero al sauna tibio, donde un flujo de aire caliente me permite relajar la respiración. Mi ojos inquietos se me van a cada uno de los machos rústicos que allí están, unos más feos que otros, algunos desnudos totalmente y otros envueltos en una pequeña sábana, al igual que yo. Luego de un rato sigo hacia el baño caliente, donde hay una piscina de agua fresca, para contrarrestar el efecto del intenso calor del cuarto. Relajo hasta el último gramo muscular y decido, desnudo, sumergirme en el agua fresca.

Mi cuerpo blanco resalta en medio de todos sus cuerpos morenos, iluminando los ojos libidinosos de algunos. Me muevo relajado de un lado a otro de la piscina y me siento en una roca alejada. Desnudo, relajado, sentado como un indio, con mis ojos cerrados, mientras disfruto del calor intenso relajante, siento posar unas manos calientes sobre mi nuca y una voz que me dice: ¿“Massage”?

Abro mis ojos y quedo deslumbrado por la belleza de aquel macho rústico, delicado, de piel morena, ojos verdes esmeralda y sonrisa luminosa perfecta. No tuve que responder, mi cara se lo dijo todo. Me extiende su mano y me lleva a un cuarto por un pasillo oscuro. Sobre una camilla de piedra, recubierta por un grueso manto de toallas y muchas velas alrededor como única iluminación, me sienta y me recuesta boca arriba, con su mano me cierra los ojos. Comienza por mis pies con un masaje increíble que sube luego por mis piernas, mi abdomen, mi pecho y mi cuello, hasta mi cara, mis orejas y mi cabellera.

Vuelve a bajar suavemente hasta llegar a mi pija totalmente al palo, dándome un masaje que se asemeja a una mamada, a la misma vez que recorre mis huevos a punto de explotar, e invade mi orificio con la yema de sus dedos, hasta entrar con no sé cuántos de ellos y acariciar mi próstata hirviente. Siento un placer tan extraordinario que el cosquilleo que me recorre no me permite tomar conciencia del peso de mi cuerpo, floto en una gravedad de excitación, placer, temblor y éxtasis que empiezo a gemir sin tapujos. No sé en qué momento de semejante experiencia termino de espaldas con mi ojete entregado a su lengua. Mis gemidos ya son un escándalo y los ruidos que emite mi macho marroquí son tan intensos que le pido en un solo grito: “fuck me, please!”

Su lengua se detiene y sus dos manos abren mis nalgas y continúan subiendo por mi cintura, recorriendo mi espalda hasta sentir su verga de piedra posarse en mi orificio dilatado, caliente y hambriento. Sus manos se posan en mis hombros y siento como me mete centímetro a centímetro su barra de hierro morena. Con mi culo abierto cada vez más relajado, acelero la entrada en un movimiento de pelvis hasta sentir el golpeteo de sus huevos clavándome el último de sus 20 centímetros. Sus movimientos son perfectos, y sus manos disfrutan mi cuerpo blanco entregado al placer que nos conecta.

Sin sacármela me gira sobre su verga, estremeciéndome de temblor y cosquilleo, me pone patas arriba de sus hombros y agarrándome de la cintura me mueve a su gusto, clavándome a ritmo entrelazados en gemidos que nos llevan al borde de la camilla de piedra, donde mi nuca cae reposando en el suelo, y él agarrando mis piernas arrodillado arriba de la camilla sigue dándome más y más, gimiendo, salpicándome su transpiración, extiendo mi brazos rascuñando el suelo de cerámica medieval estremecido de placer. Gemimos emitiendo sonidos de animales en celo, siento sus huevos explotar en cada golpe que da en sus embestidas, hasta reventar mi culo en una acabada que logramos juntos, donde mi pecho recepciona una lluvia blanca interminable y mi culo comienza a evacuar chorros de semen por el poco espacio que deja libre semejante trozo de carne marroquí adormeciéndose dentro de mí.

Me acaricia el pecho con sus manos, esparciéndome mi leche por todo mi pecho, baja al suelo a la misma vez que nos entrelazamos en un beso mágico, acaricia mi cara y me dice en su español básico: “Bienvenido a Marrakech, si esta noche quieres más, estaré en la recepción del hotel”. Y allí mismo caigo en que era el mismo chico del hotel, que sin turbante y desnudo, no lo había reconocido…

David Fernández