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El hombre de chomba rosa.

Cada día subo al tren con la expectativa de qué voy a encontrar. Obviamente, muchos días, nada de nada. Ya había contado lo interesante ...

Cada día subo al tren
con la expectativa de qué voy a encontrar.
Obviamente, muchos días, nada de nada.
Ya había contado lo interesante que puede ser un viaje en tren, amontonado entre los pasajeros. Siempre hay alguno dispuesto a apoyarse o apoyarte, según el gusto. Como viajo todos los días al laburo por este medio, a un par los tengo calados: qué horario toman, dónde se ubican, qué rol les gusta. Cada día subo al tren con la expectativa de qué voy a encontrar. Obviamente, muchos días, nada de nada.

Hoy, mientras esperaba en el andén se puso a mi lado un tipo de mediana edad, vestido de oscuro, rellenito, simpático. Nunca lo había visto, pero supuse que podría tratarse de un “candidato”. A medida que el tren se acercaba a la estación, un montón de gente se agolpó para entrar apenas estacionara y abriera las puertas. Traté de no perder de vista al tipo de oscuro. No lo perdí, pero entre él, que subió primero, y yo, que subí después, se interpuso otro. No estaba mal. Y su chomba rosa iluminó mi sospecha de que podría ser…

En el vagón, este de rosa se quedó al lado mío, pero de costado, dando de frente justo al tipo de oscuro que había visto primero. Algunos intentaban moverse, pasar para ubicarse en otro lado, pero el de rosa se las ingenió para mantenerse frente al otro. Era evidente que le había echado el ojo y me lo arrebató. También adoptó la clásica postura: manos libres y abajo. (Claro, podía ser tanto un pajero como un carterista. O las dos cosas.) Al estar apretado junto a él, noté el movimiento de uno de sus brazos. Algo le estaba haciendo al otro. Ese otro, el de oscuro, se esforzaba por poner cara de disimulado. No sé si le dio vergüenza, si tuvo miedo de que se notara lo que pasaba y se armara un escándalo, o si nada que ver. En una de esas, el tipo era bien hétero pero, en vez de darle una trompada, prefirió abrirse paso con esfuerzo y alejarse del otro.

En el movimiento, el de rosa se dio vuelta para quedar frente a mí, a lo que yo me reacomodé con un seco “Disculpame” para despistar. Sentí su mano rozarme tímidamente. Le di un apretoncito con mi pelvis a modo de luz verde.  Ahí se prendió. La cosa fue un poco incómoda porque al lado también tenía una mina. Tampoco era para exhibirnos abiertamente. Aunque estaba algo fresco, yo vestía una camisa fina afuera del jean. El de rosa –no supe su nombre–pasó la mano debajo de la camisa para jugar con los pelos debajo de mi ombligo. El cosquilleo era muy placentero. Mientras tanto, yo, con cara de póker, me mantenía atento para que no se notara.

En otro movimiento, quedamos más juntos uno frente al otro. Una mano mía, que tenía sobre mi pecho agarrada de un extremo de la correa de mi bolso, dio justo sobre su tetilla (teníamos prácticamente la misma estatura). Así que, con dos dedos, empecé a apretarle disimuladamente un pezón sobre su chomba rosa. Apenas lo hice por primera vez, percibí el estremecimiento de su cuerpo. Esto lo animó más, porque fue directamente a mi bragueta para bajar el cierre. Lo dejé hacer con libertad, pero tratando de mantenernos desapercibidos.

Metió sus dedos y empezó a frotarme la pija. La cosa se sentía muy bien. Aprovechamos otro movimiento para reacomodarnos y darle a él mayor facilidad de movimientos. Metió un poco más la mano adentro del pantalón, y empezó a tirarme suavemente los pelitos que se escapaban del borde del calzonsillo, mientras me acariciaba la ingle. Con la excusa de mantener el equilibrio, abrí un poco más mis piernas. Sintiéndose confiado y seguro, metió toda la mano, pasó los dedos adentro de mi slip y me acarició los huevos. El jean no daba mucho lugar, por lo que mi verga se endurecía pero quedaba hacia abajo. Intentó su última osadía, sacármela para afuera.

Hasta aquí lo dejé. Tampoco iba a acabar sobre otro pasajero que nos daba la espalda. El de rosa se dio cuenta de que eso no era conveniente, y se reacomodó de tal modo, que ahora yo podía devolverle el favor tocándole el culo. Ahí, meterle la mano dentro del pantalón para llegar al ojete era imposible, por lo que se contentó con un buen manoseo desde afuera.

En ocasiones, en el tren fui testigo de un chabón pasándole un papelito preparado con su número de celular o email a otro que le había tirado onda, y alguna vez yo recibí uno también. Este tipo de rosa, maduro, me había caído muy bien. Esperaba que algo así pasara. Al menos, si ambos seguíamos hasta la estación terminal, tendríamos la posibilidad de algún cruce. Pero en la estación siguiente se bajó. Tal vez, como también es común, para pasar a otro vagón y empezar de nuevo. Yo seguí con la bragueta abierta hasta que, al bajar, en la intimidad del momento de pasar por el molinete tuve la ocasión para subirme el cierre.

Si vos, “hombre de chomba rosa”, leés este relato de lo que pasó hoy 22 de noviembre a la mañana, y querés ubicarme, creo que lo vamos a poder pasar muy bien. 

Max Fernandez