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Pissing | Nosotros y los meos

Por Daniel | Relato de los lectores |  En una inesperada curva de la vida, me crucé con Gastón. Aunque no respondí inmediatamente a su pr...


Por Daniel | Relato de los lectores |  En una inesperada curva de la vida, me crucé con Gastón. Aunque no respondí inmediatamente a su propuesta, fue su confesión directa, además de su facha, lo que en poco tiempo me empujó a decidirme: tenía ganas de estar conmigo, pero también tenía pareja. Trabamos buena onda desde la primera vez. Aquella vez que suponíamos que sería la única, como para sacarnos las ganas, nada más, pero a la que siguieron una segunda, una tercera… Ya perdimos la cuenta, asumiéndonos como amantes regulares.
Yo suponía que, a mi edad, ya había experimentado todo lo que me gustaba, así que me lancé a esta aventura sin expectativas de descubrir algo nuevo, pero sí para disfrutar lo que la oportunidad me ofrecía. La adrenalina de las comunicaciones escondidas hacía que el deseo se acrecentara. La fugacidad de nuestros encuentros clandestinos nos obligaba a ser precisos y discretos.
Gastón tiene todo lo que me gusta. Es algo mayor que yo en contextura, pero no así en edad. Su cuerpo está cubierto por un suave vello en la medida justa: ni falta ni sobra. Puede que algún kilo extra en la barriga delate su afición por la buena comida y la poca oportunidad para actividad física, pero este detalle para nada es importante; sobre todo, cuando sigo el recorrido por debajo de su ombligo. Lo que porta en la entrepierna es hermoso y me calza justo, como decimos entre nosotros con un guiño pícaro. Así podría seguir describiendo su culo firme, su pecho, sus hombros, sus brazos… Pero quiero centrarme en una experiencia que ha sido única para mí. Lo que la hace por demás significativa es que en mi vida la he vivido y vivo solamente con él.
En uno de nuestros encuentros furtivos, con tres palabras me sorprendió deslizando un deseo:
- ¿Me darías meo?
Atiné a imaginar escenas de lluvia dorada de los videos porno. No me agradaba la idea de mear sobre su cuerpo; luego me costaría tocarlo o abrazarlo, empapado en orín. Por otro lado, al hacerlo en la bañera del cuarto de hotel, me disgustaría ducharme allí antes de salir. Pero por sobre todo era algo que me parecía humillante para él, algo que no entraba en mis fantasías. Intenté desviar la cuestión haciéndome el distraído, pero insistió.
Gastón notó que yo no había entendido bien. Me explicó que no quería que le meara el cuerpo; deseaba que lo hiciera en su boca, para beberlo. Procuré no demostrar desconcierto. Siempre habíamos sido cautelosos con el semen. Intenté la excusa de que la excitación me dificultaba orinar. Pero él estaba tan entusiasmado que no pude ni quise contradecirlo. Me dijo que me relajara, que esperaría a que tuviera ganas, que lo deseaba con ansias. Percibí la intensidad de su deseo. Cedimos un instante al juego erótico en que estábamos enfrascados y me concentré en pensar otras cosas para bajar un poco la erección. Mientras, con voz calma, Gastón me repetía:
- Tranquilo... Cuando estés listo, me avisás y me lo das.
Finalmente tuve ganas de mear. Todavía yo no estaba del todo convencido de hacerlo, así que le pregunté si estaba seguro; teníamos tiempo de descartar la idea. Pero su deseo era firme.

Me paré. Él se arrodilló frente a mí. Cerré los ojos, procuré relajarme y me concentré.  Envolvió la cabeza de mi pija con sus labios sin apretarlos, mientras con sus manos se apoyaba en mis nalgas. Percibí el recorrido de la orina desde mi vejiga hacia la punta. Contuve la respiración. Mi corazón latía con mayor fuerza, reaccionando a la fascinación y al temblor de toda primera vez. Un primer chorro, cortó y tibio, salió de mi pija. Gastón se movió, silenciando un gemido. De su boca, el líquido ámbar se escurrió por su garganta. Tragó, me miró y preguntó:
- ¿Estás bien?
Embriagado en la nueva sensación, apenas atiné a asentir con un gesto. Cobré confianza y, con ella, mayor relajación. El meo salió con fluidez. El éxtasis de orinar dentro de su boca, sintiendo a la vez su lengua acariciando la punta de mi chota en plena micción, mezclando su saliva con mi meo fue indescriptible: un orgasmo diferente y, a la vez, fantástico. El placer fue recíproco mientras yo le daba y él bebía. Al terminar, su alegría y mi placer nos desbordaban. Me agradeció casi con ternura. Sin pensarlo y de e inmediato, me arrodillé, agarré su cara, lo miré como nunca antes y sellamos nuestro pacto con beso apasionado, largo, y con un sabor caliente y amargo que yo nunca había probado.
Desde esa ocasión, cada vez que podemos estar juntos para amarnos, no hace falta que Gastón me pregunte o me pida. Soy yo el que toma la iniciativa: “Te quiero mear, mi amor”.