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Mi experiencia fist

Por Daniel F| Relatos de los lectores | Sí, en singular ya que, además de reciente, hasta el momento fue única.  Debo empezar diciendo qu...

Por Daniel F| Relatos de los lectores | Sí, en singular ya que, además de reciente, hasta el momento fue única. Debo empezar diciendo que cuando en el porno que miraba aparecía una escena de fist fucking, siempre esquivaba la secuencia. Por alguna razón me resultaba muy incómoda visualmente. Jamás imaginé ni me atreví a fantasear con que alguna vez lo experimentaría. En cuanto a dedos, en general lo máximo que había recibido eran el índice y el medio de mi compañero con la única función de dilatar y lubricar, como anticipo a la penetración. Rara vez había jugado concretamente al fingering. 
Hace ya cierto tiempo que disfruto de un amigarche habitual con quien transito, en el camino medio de mi vida, el descubrimiento de algunas sensaciones nuevas. Fue él –Gastón– quien tomó la iniciativa de detenerse más tiempo en la previa de nuestros encuentros, hurgando un poco más de lo habitual con sus dedos en mi orificio. Así empezó a hacerme una estimulación prostática fabulosa. El tamaño de su mano es superior al de la mía, con lo que ya tener adentro dos de sus dedos inquietos es toda una delicia.

Cierta vez, se entusiasmó y probó de introducirme tres. Yo también me entusiasmé y lo dejé hacer.

-“En cualquier momento me fisteás”, le dije en broma. 

Sabiendo de mi aversión al tema, lo tomó con risas.

Luego de algunos encuentros posteriores, sin pensarlo fueron cuatro los dedos que me acariciaban el interior del recto.

- “¿Viste?” –Me dijo - “Ya te bancás cuatro adentro”. 

Para mí fue una sorpresa; no me había dado cuenta de que eran tantos los visitantes que tenía alojados. No le respondí, pero supe que en cualquier momento se vendría toda su mano, y cierto morbo se me despertó.

En una ocasión reciente, todo comenzó como lo habitual. Las ganas y las calenturas de ambos nos hicieron subir el nivel del termómetro más de lo acostumbrado. De repente, interrumpió nuestra faena: “Esperá; tengo algo por acá”. Desconcertado, yo observaba cómo buscaba entre las cosas de un cajón,  extasiado con su cuerpo desnudo. Regresó agitando un objeto peculiar: un pomo de lubricante. A todo esto, debo aclarar que nunca antes lo habíamos necesitado; nuestra saliva era suficiente para facilitar al deslizamiento.

No tuvo que recurrir a palabras para explicar la propuesta. Su mirada en llamas lo decía todo. Lo único que me preguntó fue:

-“¿Cómo te querés poner?”

No tuve tiempo de pensar. La idea brotó en la forma de una imagen en mi cabeza, me excitó y no pude negarme. No quise negarme. Me recosté en el sillón sobre el que estábamos amándonos, con el culo al borde, levantando y abriendo las piernas todo lo que años de práctica de yoga me permitían. La expresión de su rostro frente a mí incrementó mi excitación, y la vista de mi ojete entregado incrementó la suya.

Mientras mojaba sus dedos en el lubricante, me susurró:

-“Relajate, pero si querés que pare, decímelo. Decime hasta donde.”

Me entregué con total confianza.

Empezó chupándome el ano nuevamente, para después volcarme un poco de lubricante mientras me lo acariciaba. Instintivamente, yo separaba mis piernas cada vez más y me movía, para ofrecerle mi entrada de par en par.

Sus dedos fueron entrando de a uno, frotando mi interior. Los sacaba para agregar más lubricante y volver a entrar.

En poco tiempo ya tenía nuevamente cuatro adentro. Los giraba con cuidado. Cada movimiento incrementaba mi placer.

-“¿Te bancás el quinto?”

No había vuelta atrás; no quería volver atrás.

Entre jadeos le respondí: “Sí, dale nomás”.

Los cinco dedos de su mano empezar a abrirse paso, literalmente, abriéndome el orto. Gastón era muy cuidadoso, estaba pendiente de mis sensaciones. Por instantes el placer se trasmutaba en incipiente dolor. Y esa rara combinación acrecentaba mi propia excitación. Yo atinaba a intentar a la vez abrirme más, forzando los músculos de mi esfínter. Noté que Gastón también se calentaba cada vez más y empezó a pajearse. 
Placer y dolor se intensificaron cuando mi orto se tragó todos los dedos hasta los nudillos de la palma. Le hice señas de que no moviera la mano, percibiendo que había llegado a lo máximo de mi apertura, pero que no la quitara. Necesitaba acomodarme y gozar. Disfrutaba la presión ejercida sobre las paredes de mi ano, que parecía estallar. No sé cuanto duró este suspenso, hasta que por fin le indiqué que siguiera moviéndola suavemente. Los dos estábamos excitados a más no poder. A mí me estallaba el orto y a Gastón le estallaba la verga.

Fue muy cuidadoso y hábil. Tenía una mano dentro mío con movimientos suaves, mientras que con la otra se pajeaba hasta que no aguantó más y descargó toda su leche encima mío. Con suavidad retiró su mano. Yo sentía el culo ardiendo y el orto abierto como nunca. Se tiró sobre mí y nos besamos, acariciándonos entre semen, sudor, saliva, lubricante… extasiados…
Fue una experiencia inolvidable. Sobre todo en los días siguientes, en los que el hecho de sentarme en el inodoro me lo recordó y despertó las ganas de intentarlo otra vez… yendo todavía un poquito más al fondo.