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¿Cuánto querés para guardarme todo el día...? El marginal (Capitulo 1)

Por Clark | Había como diez llamadas perdidas de su número. Todas hechas de madrugada. Típico merquero de gira, pensé. A las 9 AM volvió a...

Por Clark | Había como diez llamadas perdidas de su número. Todas hechas de madrugada. Típico merquero de gira, pensé.
A las 9 AM volvió a llamar y ofreció muy buena guita para quedarse conmigo varias horas. Le pregunté si estaba tomando merca y me dijo que sí.  A lo sumo después de cogerlo le daría una píldora para que planchara y yo seguiría laburando. Con eso le haría un bien y me evitaría lo pesado que se pone un merquero.
No se puede estar duro tantas horas sin riesgo de morir de sobredosis.


A través del blindex que separa el palier de la calle lo confundí con uno de los cartoneros de la cuadra.

Me morboseó su facha de chongo mendigo conurbano, su postura decidida y el que por teléfono dijera que estaba en situación límite y necesitaba para calmarse una verga dentro de su culo hambriento.

No más de 35 años, buena cara, morocho bien negro argento, con pelo de alambre lacio cortado como con podadora, tenía una baranda a humedad rancia inconfundible.

He trabajado en cárceles por mi otra profesión y el olor a tumba lo conozco bien.
A nada temo pero me puse en alerta.

Lo escanee con sigilo pensando como desarmarlo ante cualquier movimiento sospechoso, y sin querer, en el ascensor, le rosé el paquete y vi como debajo del jogging barato se le alzaba una gran carpa.

-Apa!!.Tremendo trozo tenes-le dije.

Serio me contestó que necesitaba bañarse.

Puso la sucia mochila sobre mi mesa y cuando la abrió, me hizo fruncir el orto más que el contacto con su poronga.

Había fajos de dólares, de euros y de pesos argentinos.

Me tranquilicé por no haberle dado piso y departamento como hago cuando no conozco y pido que whatsAppeen desde la puerta del edificio.

-Amigo ¿te están siguiendo? – pregunté.

-No…no…Difícil…me tomé un taxi en Paternal como a las cinco de la mañana…Después -balbuceó- estuve por el microcentro haciendo tiempo. Estoy muy manija. Vengo recorriendo la ciudad a gamba desde temprano…No me sigue nadie.

-¿Cuánto querés para guardarme todo el día...?-preguntó-Necesito estar tranquilo y probar tu pija.

-Andá a bañarte y dejame pensar-le contesté.

Él mismo me pidió que por favor le sacara las zapatillas al balcón. El olor a pata podrida volteaba.

Cuando se puso en pelotas era una especie de gorila lleno de cicatrices de puntazos y tatuajes caseros. El pecho peludo y alto, los brazos portentosos y los hombros redondos, la cintura estrecha, el culo y las piernas de fútbol y una morcilla curvada hacia un costado, con un par de grandes huevos negros y pesados colgando. 

El perfume a verga y a bolas lo penetró todo.

Le llevé un balde con cloro para que pusiera las patas mientras se echaba un garco y le dije que se tomara su tiempo. Que se lavara bien los dientes con un cepillo nuevo. Que llenara la bañera con agua y sales aromáticas mientras cagaba y después que se le ablandara la mugre, se enjabonara bien todo el cuerpo bajo la ducha. Que usara el cepillo para la espalda, champú y crema de enjuague, y se metiera la punta del duchador en el orto para prepararse bien el culo si quería entregármelo.

Le pedí el celular.

Le saqué la batería, bajé cuando lo escuché sumergirse en la bañera y tiré todo en el canasto de la calle.

Si se ponía en mis manos decidiría yo. 

Con la guita que llevaba se podía comprar uno nuevo y yo no quería rastreos.

Cuando salió del baño era otro macho.

Sacó de su ropa mugrienta, que yo me disponía a tirar, una bolsa de merca digna de un narco, y mientras le daba narigazos me chupó la pija feo, sin ninguna experiencia.

Le comí el culo peludo. Un orto de verdad nuevo. Limpio ahora pero conservando un excitante olor a ojete que había macerado en la zanja por los días sin higiene.

Y cuando lo quise puertear me dio vuelta y empezó a dilatarme con la lengua hasta meterme poco a poco esa morcilla gruesa.

Estaba acostumbrado a hacer ortos.

Me entró media cabeza, después un poco más hasta que sentí que se me abría el agujero mal.

Tenía cancha.

Bombeó primero despacio pero casi me hace gritar el grosor de su tronco negro y no sé si por mis nervios o su calentura contagiosa, en un momento me serruchó a fondo y me hizo largar un chorro de leche mientras me sacaba y ponía el palo diciéndome cosas de macho dominante en celo.

Nos comimos las jetas hasta pasparnos.

Nos chupamos las vergas y los ortos hasta que nos dolieron.

Me echó un par de polvos y yo acabe una vez más.

Apagué los teléfonos y desconecté el portero eléctrico. El día pintaba intenso.


Continuará…

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